A la orilla del mar




























Señor, permíteme respirar del aire puro a la orilla del mar.
Que la brisa que trae consigo la majestad de las aguas golpee mi rostro.
Permíteme disfrutar de un paseo por la playa y mi alma distraer.
Y es que traigo la fatiga a cuestas.
El desorden de la ciudad se apoderó de mí,
me subyugó en la mentira de sus ofertas.
Ofertas de mejores tiempos, mejores lugares y mejores cosas.

Señor, permíteme respirar del aire a la orilla del mar.
Que el estruendo de las olas me recuerde que eres Tú el Poderoso y nadie más.
Que mi alma por fin descanse y encuentre solaz.
Quebranta mi corazón con el mar como testigo, testigo de mi rendición.
No seré más yo, serás solo Tú en mí.

Señor, permíteme respirar del aire puro a la orilla del mar.
Que la sal que trae la brisa se adhiera en mis labios.
Quiero al fin desligarme del hombre que es atraído
por sus logros y sus conquistas.
Calla mi boca y habla solo Tú.
Quiero descansar de mi incompetencia, y entender que solo Tú eres Dios.

Señor, permíteme respirar del aire puro a la orilla del mar.
Que al caminar deje huella en la arena y estas las borren las olas al llegar.

Férrea voluntad











La voluntad no es una virtud extraña para aquellos que han dejado huella en la historia de la humanidad. Los grandes logros obtenidos por aquellos “exploradores” que cruzaron mares desconocidos y llegaron a rincones del planeta nunca antes visitados, son ahora pieza fundamental de la historia del hombre en la tierra.

Hubo grandes marineros como Colón, Vespucio y Magallanes que por su férrea voluntad dispusieron arriesgar sus vidad para probarle al mundo que el horizonte no es el lugar donde los sueños terminan.

Juan Carlos Sagastume de Guatemala, se convirtió en el primer latinoamericano en cruzar a remo el ocáno atlántico. El 2 de febrero de 2006 después de varias semanas en alta mar junto a su acompañante el británico Andrew Barnett, llegarón a la Isla de Antigua en el Caribe después de navegar 5,280 kilómetros en 64 días, 13 horas y 17 minutos. Ellos se aventuraron en una experiencia increiblemente audaz. Al final con varias tormentas de por medio y el ataque de un necio tiburón encontrarón la meta y ahora son historia.

Sin voluntad es muy difícil empezar el recorrido y aún más continuarlo; pero es imposible llegar a la meta.

Puedes leer más acerca de Juan Carlos Sagastume y su travesía en este enlace.

La jactancia del jóven marinero






















Los marineros cuando no están en alta mar se juntan para contar todas las aventuras que han tenido. Algunos de ellos para alardear y contar grandezas. Yo ví una ballena blanca, yo sobreviví a un ataque de tiburones, etc. Llama la atención aquella historia que contaba un marinero joven e inexperto que relataba lo fácil que le había sido pescar un pez vela en aguas del Caribe.

El pez vela es el más veloz de todos los peces, cuentan que puede nadar a casi 110 kilómetros por hora. Su constitución le permite avanzar en el agua con mucha facilidad. Es por lo tanto un gran deporte la pesca de estos increíbles velocistas, ya que resulta ser todo un reto atraparlos.

La vanagloria o jactancia es un mal que padecen muchos seres humanos. Es increíble escuchar lo que se cuentan los hombres y las mujeres en las reuniones sociales. Mucho de lo que se comparte nunca ha sucedido o se ha exagerado con el fin de llamar la atención.

Es que la verdad no se puede exagerar. En la verdad no puede haber matices. En la semi verdad o en la mentira, muchos. Pío Baroja.

Crédito de la pintura: "Color change - Sailfish" por Don Ray. Se puede adquirir en este enlace.

El carácter de un marinero














Todo marinero que se jacta de estar preparado para las arduas tareas en alta mar, debe haber padecido un sin fin de contrariedades tanto sobre su barca, como en tierra firme. Esos obstáculos que se dan seguido, son los que molderán su carácter y le harán diestro en su oficio.

El famoso literato Mark Twain decía: Suelen hacer falta tres semanas para preparar un discurso improvisado.

Crédito de la pintura "La novena ola" por el artista ruso Iván Aivazovsky

Mar adentro

La vida es un océano inmenso, un caudal interminable de experiencias sin fin. Dios ha asignado a cada uno de nosotros una barca. Cuando éramos pequeños, no navegábamos en ella sino en la de nuestros padres, guías o tutores. Algunos que temprano en la vida se quedaron sin líderes, se lanzaron a la aventura dantesca de flotar en el mar asidos de cualquier barca que se acercaba a ellos. Llegada la madurez y el juicio propio; surcamos esos mismos mares, con nuestra propia embarcación; una barca nueva.

Mar adentro, somos responsables del rumbo que sigamos y de escoger correctamente la estrella que nos guíe. Sufriremos nuestras propias tormentas con la esperanza de ver salir la luz del sol detrás de las oscuras nubes. Un día dejaremos esta barca y emprenderemos un nuevo viaje en una embarcación mucho mejor con destino hacia la vida eterna con nuestro Señor, al puerto de Su Presencia.

Pero, no todos han sido hábiles marineros. Algunas barcas se han hundido sin dejar rastro en las aguas turbulentas. Otras han encallado en la arena de puertos fantasmas porque sus guías alucinados por la avaricia, el pecado y sus malos deseos no vieron lo cerca que estaba la orilla, lugar del que nunca tuvieron ni la destreza ni el valor de partir.

Dios que nos muestra Su gran Amor al dar a Su Hijo Jesucristo en lugar nuestro, como paga por nuestros pecados; le levantó de entre los muertos para que esa acción nos diera la oportunidad de surcar en aguas seguras; también nos proporcionó la guía para navegar durante toda la vida sin correr riesgos innecesarios. Esa guía es la Biblia.

La única estrella en el firmamento en la que podemos confiar se llama Jesucristo, si fijas tu mirada en Él no te perderás en la inmensidad de las aguas, ni perderás tu aliento. Pero si no sabes a dónde vas, no todo está perdido. Clama por su ayuda y Él vendrá, te sacará del atolladero, vendará tus heridas, quitará tu sed y te guiará hacia puerto seguro.

Créditos de la fotografía. "Misty morning" por David Beatson. Visitar el blog de Mr. Beaston.